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miércoles, enero 23, 2008

Leyenda del Sol y la Luna.

Cuenta la leyenda que antes de que hubiera día, cuando todo era noche, se reunieron los dioses para decidir quién alumbraría el mundo.

Tecuciztécatl, quien era un dios rico y presumido, se ofreció a hacerlo. Además, los dioses pidieron que alguien más lo hiciera. Ninguno se ofreció, así que nombraron a Nanahuatzin, un dios sencillo, pobre y enfermo, que aceptó de manera humilde ser elegido.

Antes de convertirse en soles, los dos dioses tenían que hacer regalos y ofrendas y sentarse en un petate sobre una pirámide sin comer ni dormir durante algunos días. Para esto, les construyeron dos grandes pirámides que todavía están en Teotihuacan.


Tecuiztécatl dio lujosos regalos: huipiles bordados, escuintles juguetones, de piel lisa y rabo sin
pelo, y un huacal repleto de bellas plumas de quetzal. En cambio, los de Nanahuatzin eran sencillos: un cenzontle de dulce canto, tamales con atole de chocolate y ramos de cempasúchil.

Mientras estos dos estaban en sus pirámides sin dormir ni comer, los demás dioses prendieron una fogata para que se arrojaran los futuros soles. Durante toda la noche atizaron el fuego para que no se apagara. Después se sentaron alrededor de la fogata y le pidieron a Tecuiztécatl que se lanzara primero. Pero éste, cobarde y miedoso, al ver las grandes llamas y sentir el calor, no se atrevió a arrojarse. Siguió el turno de Nanahuatzin, quien sin titubear se arrojó a la lumbre.

Tecuiztécatl sintió envidia de este acto de valentía, y decidió arrojarse al fuego también.
Los dioses esperaron a que saliera el Sol. Cuando apareció brillante como una bola de fuego, se
arrodillaron a saludarlo. El Sol era Nanahuatzin que se había arrojado primero al fuego. Después, detrás, salió la brillante Luna que era Tecuiztécatl. Los dioses no querían que los dos astros brillaran igual, así que otro dios lanzó un conejo que cayó sobre la Luna y la opacó. Desde entonces, cuando hay luna llena, se ve la imagen del conejo con sus grandes orejas. Los astros se quedaron inmóviles hasta que Ehécatl o dios del viento sopló para que caminaran. La Luna siempre va detrás del Sol. Por eso nunca se les ve juntos sino que alen y se meten en diferentes momentos del día.

Leyenda Náhuatl.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me impresiona el hecho de la manera tan poetica y romantica en la que los náhuatl plasmaron en nuestra imaginacion esos supuestos acontesimientos.

Unknown dijo...

Me impresiona el hecho de la manera tan poetica y romantica en la que los náhuatl plasmaron en nuestra imaginacion esos supuestos acontesimientos.